Carta de agradecimiento a la memoria de un amigo
Querido amigo,
Hace años ya que nos conocimos, y aún recuerdo ese día como si tan sólo hubiesen pasado algunas horas. Son tantas las memorias que guardo de aquel momento, que puedo, sin ninguna duda, decir que, no existe, ni existirá, ningún otro momento en mi vida que tenga comparación.
Y podrás pensar que por qué ese momento habrá sido tan importante para mí, pues, por ese motivo he decidido hoy escribirte esta carta.
Sé que de nombre llevas Mihdí, el mismo nombre que uno de tus tíos, ese que tu amado Padre tanto quiso, y que en su honor te bautizó con el mismo nombre. Corría el año 1848. Vaya, ¡hace 168 años ya! También sé que eras apenas 4 años menor que tu querido hermano ‘Abbás, y que tenías un profundo amor por tu querida hermana Bahíyyih. Puedo imaginármelos rodeados de tantos niños y niñas que les querían, ya que su casa siempre estuvo rodeada de amigos y personas que buscaban en la bondad de tus amados Padres, un poco de consuelo y pan.
Qué tristeza habrán tenido que sentir tú y tus hermanos cuando apenas tenías 4 años, y ya tenías que soportar la angustia y la desolación de saber que tu amado Padre estaba preso. ¿Preso? Sí, y en la peor de las prisiones de aquella época. Bahíyyih pasaba largas noches sin dormir, cuidándote, esperando a que su bendita Madre apareciera en lo más oscuro de la noche para traer noticias sobre tu Papá. Cada noche rogaban que no estuviera entre aquellos que habían sucumbido a las enfermedades, o correr la mala suerte de ser asesinado por la corte del rey. Los niños que antes compartían con ustedes, ahora les gritaban. ¿Qué maldad habrá que decirle a un niño para que ofenda a otro niño por causa de lo que sus Padres han hecho? No, sin duda ellos te seguían amando y viendo como un amigo más. Si sólo tenías 4 años. ¿Qué error tendrías que pagar?
Un embajador logró que tu Padre saliera de prisión, pero esto no le gustó para nada al gobierno, y entonces decidió que toda tu familia se marchara a un lugar desconocido, totalmente nuevo tus padres y hermanos. Y la tristeza llegó, porque tuviste que quedarte en Teherán por varios años más, hasta que fueras lo suficientemente fuerte para continuar el viaje.
Cuando pienso en esto, pienso cuando me ha tocado que dejar a mis hermanas solas, o despedirlas para un viaje, o cuando he tenido yo que partir a algún lugar. Cuando hicimos eso por primera vez, yo ya tenía más de 15 años, supongo que podía entender que llegaría el tiempo en que iba a regresar.
Pero ‘Abbás y Bahíyyih, con tan sólo 8 y 6 años, tenían que dejarte en casa de tu abuela para que te cuidara.
Pero así tuvo que ser. Así fue la voluntad de Dios, y de tus Padres. Y pasó el tiempo. Un tiempo que puedo suponer pasó entre cartas y noticias, conociendo a los nuevos seguidores de la Fe de El Báb, y recibiendo noticias de la nueva ciudad a dónde tu familia fue recibida.
Qué tristeza habrán tenido que sentir tú y tus hermanos cuando apenas tenías 4 años, y ya tenías que soportar la angustia y la desolación de saber que tu amado Padre estaba preso. ¿Preso? Sí, y en la peor de las prisiones de aquella época. Bahíyyih pasaba largas noches sin dormir, cuidándote, esperando a que su bendita Madre apareciera en lo más oscuro de la noche para traer noticias sobre tu Papá. Cada noche rogaban que no estuviera entre aquellos que habían sucumbido a las enfermedades, o correr la mala suerte de ser asesinado por la corte del rey. Los niños que antes compartían con ustedes, ahora les gritaban. ¿Qué maldad habrá que decirle a un niño para que ofenda a otro niño por causa de lo que sus Padres han hecho? No, sin duda ellos te seguían amando y viendo como un amigo más. Si sólo tenías 4 años. ¿Qué error tendrías que pagar?
Un embajador logró que tu Padre saliera de prisión, pero esto no le gustó para nada al gobierno, y entonces decidió que toda tu familia se marchara a un lugar desconocido, totalmente nuevo tus padres y hermanos. Y la tristeza llegó, porque tuviste que quedarte en Teherán por varios años más, hasta que fueras lo suficientemente fuerte para continuar el viaje.
Cuando pienso en esto, pienso cuando me ha tocado que dejar a mis hermanas solas, o despedirlas para un viaje, o cuando he tenido yo que partir a algún lugar. Cuando hicimos eso por primera vez, yo ya tenía más de 15 años, supongo que podía entender que llegaría el tiempo en que iba a regresar.
Pero ‘Abbás y Bahíyyih, con tan sólo 8 y 6 años, tenían que dejarte en casa de tu abuela para que te cuidara.
Pero así tuvo que ser. Así fue la voluntad de Dios, y de tus Padres. Y pasó el tiempo. Un tiempo que puedo suponer pasó entre cartas y noticias, conociendo a los nuevos seguidores de la Fe de El Báb, y recibiendo noticias de la nueva ciudad a dónde tu familia fue recibida.
Pero el día finalmente llegó. Tu familia estaba en Bagdad, en la Más Grande Casa, la casa llena de fiesta, amigos, comida, familia, y felicidad. Y ahí estaba llegando un ya crecido joven, a unirse a la Más Sagrada Familia para continuar el viaje. Corría el año 1863. Tendrías 15 años, y la noticia de que tu Padre alquilaría un jardín, y les esperaría para darles un gran anuncio, te habría sorprendido.
Sí, tu padre es Bahá’u’lláh. El prometido de todas las épocas, y el anunciado de todos los profetas. Y tu hermano es ‘Abdu’l-Bahá, el Siervo de la Gloria. Sonaron las trompetas del triunfo de la Fe de Dios. El que habría de manifestarse ha aparecido. Qué suerte que te escogiera también como compañero en sus viajes, y especialmente, como su amanuense. A ti te nombraron: La Rama Más Pura, Ghusn-i-Athar.
Mihdí. ¿Qué diferencia habrás sentido en el momento en que te diste cuenta de que tu Padre, no sólo era el líder de la comunidad babí de ese entonces, y un Señor de renombre, de linaje noble, y servidor de la casa del rey; sino que además era la Manifestación de Dios para esta época, Aquel que durante siglos la humanidad ha esperado, y que no sólo es el Portavoz de Dios para este día; sino que además Su enviado especial y Su mensajero?
Sí, lo reconocías. Lo supiste desde siempre. Pero aquellos momentos de fiesta y alegría también tuvieron que pasar. Y ahora tendrías que avanzar hacia Constantinopla, Andrinópolis, hasta llegar a la ciudad prisión de ‘Akká.
Ojalá nunca hubieses llegado a aquel lugar. Estaba inundado de almas despiadadas, que no tuvieron reparo en hacerles la vida imposible. Habían pasado ya 20 años de tu vida.
Para entonces, la gente ya reconocía a los hermanos Nurí. Alababan tus cualidades tanto como las de tu hermano mayor, ‘Abbás. La gente decía que eran muy parecidos, que tenían el mismo carácter manso y humilde, y que además tenían el mismo porte.
Puedo imaginarles compartiendo largas charlas en el patio de la prisión, haciendo trabajos manuales, sirviendo a los demás amigos que les acompañaban, cuidando a las mujeres y siguiendo las órdenes de su amado Padre, a Quién sin falta, cada tarde visitabas para continuar con tu labor de amanuense. Serviste a tu Padre como una especie de secretario digamos, y recibiste de primera mano las palabras que una a una componen la poderosa Revelación de Dios en sus mensajes y mandatos para este día. ¡Qué privilegio! Pero más privilegio ha sido el nuestro que, cientos de estas tablas, cartas y mensajes, están escritos con tu puño y letra.
Y entonces llegó, el día en que solicitaste permiso a tu padre de salir a la azotea a recibir aire fresco. Aquellos hermosos atardeceres con el sol ocultándose en el mediterráneo. Puedo imaginarme el cálido clima del verano en la ciudad. He visitado ‘Akká en verano, la brisa del mar es lo único que refresca.
Y estabas ahí. Subiste los escalones.
Caminaste a la azotea. Y como un torrente continuo, empezaron a aparecer en tu memoria las benditas palabras: “Él es el Exaltado, el Todo Glorioso” … y el bendito poema místico que tu Padre había revelado en Bagdad. Tu melodiosa voz se podía oír en todo el recinto, alegrando a cada prisionero que les acompañaba. Contabas los pasos en tu cabeza, y te detenías al llegar al borde. Tu voz volaba como fragancias en toda la prisión, y alegraban los oídos de tu Madre y hermana…
Cuán arrobada estaba tu alma en aquel momento, cuán inspirado estaba tu espíritu en ese preciso instante, cuán tranquila tu mente, y cuan inoportuno el lugar, que sin medir el último paso… Y caíste al vacío. Y golpeaste los cajones que estaban en el suelo, incrustándose pedazos de ellos en tu espalda hasta tu pecho. Cada frase de la Oda a la Paloma que recitabas, se convertía en un acto de amor y bondad cada vez más inmenso.
Aquel espantoso ruido alborotó todos los recintos. Tu madre preguntó qué había sucedido, y al correr hacia el lugar de tu caída… ¡Oh Mihdí!, puedo imaginar los gritos desconsolados de tu amada Madre, y el llanto de tu hermana al verte ahí, tendido sobre las cajas de madera, ensangrentado. Tu hermano mayor se acercó, y los amigos te trasladaron hacia tu habitación. Y el Señor de Gran Poder, se acercó a tu lecho, y todos se tuvieron que retirar.
De aquella conversación sólo pueden saltar a mi cabeza miles de preguntas y suposiciones.
¿Qué conversación podría tener un Padre que ve morir a su hijo? ¿Qué solicitudes podría hacer un humilde siervo, a aquel quien tiene el poder de la creación en sus manos? ¿Qué palabras podrían ser suficientes para que el Amo del Mundo, pudiera calmar el dolor de su amanuense? ¿Cuántas lágrimas habrán brotado de tus ojos, y cuántas habrán recorrido Sus mejillas, mientras el universo se abría de par en par al presenciar la hermosa conversación entre un Padre y su Hijo, entre el Señor y su Sirvo, entre el Amo y su Vasallo, entre la Voz de Dios y su criatura?...
Y simplemente, pediste por mí. Por mí, por mi familia, por mis amigos, por cada uno de todos los que están aquí reunidos. Pediste por cada bahá’í en el mundo, en el pasado y en el futuro. Pediste por cada ser que llega a reconocer la Manifestación de tu Padre. Pediste por cada uno de los que ahora dirigen sus pasos hacia el Quibla, en adoración. Pediste porque cada uno de nosotros pudiese tener el privilegio que habías logrado tú, al ser el hijo del Más Amado, y el siervo de la Bendita Belleza.
Pediste que se abriesen las puertas de la Ciudad Prisión, para que cada uno que ansiaba llegar a la Bendita Presencia de Bahá, fuera capaz de presenciar Su rostro, de escuchar Su voz, y de esparcir Su mensaje.
Y cuando ‘Abbás Effendi preguntó, ¿ahora qué?, Bahá’u’lláh le contestó: ¡Oh Más Grande Rama! Déjalo en manos de Dios.
Y todos sabemos que estaba cumpliendo tu más caro deseo.
Aquel espantoso ruido alborotó todos los recintos. Tu madre preguntó qué había sucedido, y al correr hacia el lugar de tu caída… ¡Oh Mihdí!, puedo imaginar los gritos desconsolados de tu amada Madre, y el llanto de tu hermana al verte ahí, tendido sobre las cajas de madera, ensangrentado. Tu hermano mayor se acercó, y los amigos te trasladaron hacia tu habitación. Y el Señor de Gran Poder, se acercó a tu lecho, y todos se tuvieron que retirar.
De aquella conversación sólo pueden saltar a mi cabeza miles de preguntas y suposiciones.
¿Qué conversación podría tener un Padre que ve morir a su hijo? ¿Qué solicitudes podría hacer un humilde siervo, a aquel quien tiene el poder de la creación en sus manos? ¿Qué palabras podrían ser suficientes para que el Amo del Mundo, pudiera calmar el dolor de su amanuense? ¿Cuántas lágrimas habrán brotado de tus ojos, y cuántas habrán recorrido Sus mejillas, mientras el universo se abría de par en par al presenciar la hermosa conversación entre un Padre y su Hijo, entre el Señor y su Sirvo, entre el Amo y su Vasallo, entre la Voz de Dios y su criatura?...
Y simplemente, pediste por mí. Por mí, por mi familia, por mis amigos, por cada uno de todos los que están aquí reunidos. Pediste por cada bahá’í en el mundo, en el pasado y en el futuro. Pediste por cada ser que llega a reconocer la Manifestación de tu Padre. Pediste por cada uno de los que ahora dirigen sus pasos hacia el Quibla, en adoración. Pediste porque cada uno de nosotros pudiese tener el privilegio que habías logrado tú, al ser el hijo del Más Amado, y el siervo de la Bendita Belleza.
Pediste que se abriesen las puertas de la Ciudad Prisión, para que cada uno que ansiaba llegar a la Bendita Presencia de Bahá, fuera capaz de presenciar Su rostro, de escuchar Su voz, y de esparcir Su mensaje.
Y cuando ‘Abbás Effendi preguntó, ¿ahora qué?, Bahá’u’lláh le contestó: ¡Oh Más Grande Rama! Déjalo en manos de Dios.
Y todos sabemos que estaba cumpliendo tu más caro deseo.
Era el 23 de junio de 1870, y tú a penas tenías 22 años. Y entonces, 22 horas después del accidente, tu alma ascendió a los Mundos Espirituales, para llevar el Bendito Mensaje de Abhá a todos los moradores del Reino Celestial, y para liberar las fuerzas espirituales necesarias para cumplir el propósito de Tu Sacrificio.
Y así fue cumplido, pues tan sólo 4 días después de tu martirio, los primeros peregrinos que buscaban la Bendita Presencia, lograron llegar hasta el deseo de su corazón y acercarse a la Fuente de todo bien y de toda paz.
Cuentan que se colocó una tienda especial en el centro del patio de la prisión, y tu bendito cuerpo fue colocado ahí para ser preparado. Se colocó en un ataúd nuevo, y se trasladó entre gritos de dolor, lamento y duelo, hacia el cementerio de Nabí Salih, a las afueras de ‘Akká.
Pero la tierra misma no estaba preparada para recibir tus sagrados restos, y cuando fueron colocados, se estremeció de tal manera, y con tal estruendo, que un temblor de 3 minutos sacudió toda la zona, anunciando el momento en que tu alma navegaba en los mundos espirituales, y tu cuerpo, estaba para ser sepultado.
Cuánto amor tenía tu querida Hermana. Puedo imaginarla mientras recogía tus ensangrentadas ropas y las guardaba para la posteridad. Cuántas veces no habrá lavado aquellas camisas y pantalones con sus propias delicadas manos, y cuántas veces no habrá ayudado a su madre a guardarlas para que pudieras tenerlas limpias y listas para vestirte. Y en aquel último momento, las estaba colocando para nunca más ser usadas. Yo mismo las he visto en el edificio de los Archivos, donde se aprecia la delicada obra de amor que hizo Bahíyyih al guardarnos estas sagradas reliquias. Y jamás olvidaré, que también llevabas algunas piedras en tu bolsillo.
Ahora suelo recoger piedrecitas en los lugres que para mí son especiales: como esta que traje del Monte Carmelo, cerca de donde Bahá’u’lláh colocó su Sagrada Tienda, o esta que adornaba el camino hacia el Santuario del Báb. O esta, que viene desde las sagradas tierras recién dedicadas del Templo de Chile, y algunas otras que tengo ahí del mar mediterráneo, y de Jerusalén.
Pienso en cada momento, sobre el valor del hermoso sacrificio que realizaste en aras de nuestras oportunidades de visitar la Tierra Santa. He leído que cuando una semilla quiere transformarse en un gran árbol con abundantes flores y frutos, se sacrifica a ella misma, en su forma e identidad, y se permite morir. Sólo hasta que la semilla se ha sacrificado totalmente, ha muerto para siempre, entonces, germinan las raíces del árbol, y un nuevo ser es creado de aquella minúscula partícula.
Ahora te imagino a ti y pienso que, si una nube quiere derramar su agua sobre las praderas, tiene que sacrificarse a sí misma y derramarse gota a gota hasta alcanzar su propósito. Si una lámpara quiere dar luz, debe quemarse hasta la última de sus gotas para cumplir su deseo.
Qué gran sacrificio has aceptado en el camino de la Fe de tu Padre. Sólo 4 meses después de tu martirio, Bahá’u’lláh, su familia y todos sus compañeros fueron liberados de las barracas para dirigirse a residir a una vivienda formal.
Qué hermoso regalo has ofrecido a tu Padre, a tu madre y a tus hermanos; que sabiendo que te era imposible ofrecerles un mejor lugar dónde vivir, sacrificaste tu vida y ofrendaste tu sangre, para darles mayor comodidad y descanso. Y sabiendo que no podrías controlar al destino, ni quizá hacer grandes invenciones, o inclusive pensar que pudiste haber cambiado el rumbo de la historia, déjame decirte que el significado de tu sacrificio, ha generado un cambio tal en el mundo, que nuestras mentes son incapaces de comprender, y que sólo los siglos y las edades en el futuro sabrán las implicaciones que tuvo tu regalo de amor hacia todos nosotros. Pero poco podemos llegar a concluir, que el peregrinaje que realizamos ahora, y las formas en que nos transportamos y acomodamos para llegar a la Tierra Santa, todas, son influenciadas por el espíritu de tu bondad.
Pero más allá de todo esto, sabemos que las fuerzas liberadas por este sencillo pero significativo acto de amor y fe, son suficientes para alcanzar la unidad de toda la humanidad. ¿Pero cómo así? No sé, lo único de lo que estoy plenamente convencido, es que cuando sometemos nuestra voluntad, a la voluntad de nuestro Creador, y procuramos su beneplácito, nuevas fuerzas son generadas, y nuevos alientos nos refrescan y renuevan.
¿Qué sacrificio podría hacer yo, hoy día para asegurarme que el tan preciado regalo tuyo pueda continuar con su curso histórico? Sólo se me viene a la mente el sencillo acto de ofrecer mi tiempo para las actividades de la Fe, enseñar la Causa, desprenderme de las comodidades de mi vida, talvez algún día servir de Pionero, ofrecerme como maestro de clases para niños o un animador prejuvenil, cualquier ofrecimiento para promover la Causa es una respuesta a tu invitación, inclusive, si fuese necesario, ser perseguido a causa de mis creencias en la Fe de Dios, como nuestros hermanos y hermanas en Irán.
Estas pequeñas fuerzas, al igual que los pequeños brotes de nuevos tallos y ramas, y nuevas flores, permiten que el gran árbol de la causa crezca. Árbol, que tú plantaste con la semilla de tu sacrificio.
Estoy convencido, querido amigo, que tendremos muchas más pláticas qué hacer en el transcurso de la vida, y de la eternidad, sin lugar a dudas.
Pero hoy, sólo me queda agradecerte porque me has dado hermosas lecciones en mi vida. Porque tu espíritu es capaz de reanimar a todos los pueblos del mundo, unir a todas las naciones sobre el planeta, y de hermanar a cada ser humano viviente hoy y en los siglos por venir.
Sin embargo, qué palabras puedo decir yo, si en el momento más angustioso de tu partida, La Bendita Pluma, derramando un llanto eterno, y comparando este sacrificio con el del mismo Jesucristo al ser crucificado, o el del Imán Husayn al consentir ser martirizado, dedicó estas palabras… Palabras que, para mí, siempre serán el espejo perfecto de la relación entre un hijo y su padre…
“En este mismo momento […] Mi hijo está siendo lavado ante Mi rostro, después de Nos haberlo sacrificado en la Más Grande Prisión. Allí los moradores del tabernáculo de Abhá lloraron con grandes sollozos y se lamentaron padecieron prisión en compañía de este Joven en el sendero de Dios, el Señor del Día prometido. Bajo tales condiciones se nos ha impedido a Mi pluma recordar a su Señor, el Señor de todas las naciones. Ella convoca a las gentes hacia Dios, el Todopoderoso, el Munífico. Éste es el día en el que lo que fue creado de la luz de Bahá ha sufrido martirio, estando prisionero en mano de sus enemigos.”
“¡Loado sea Tu nombre, oh Señor mi Dios! Tú me ves en este día, recluido en mi prisión, entregado en las manos de Tus adversarios; y contemplas a mi hijo tendido en el polvo ante Tu rostro. Él es Tu siervo, oh mi Señor, a quien Tú has hecho entroncar con Aquel Quien es la Manifestación de Tu Ser y la Aurora de Tu Causa.
Al nacer, él fue afligido por su separación de Ti, conforme a lo que había sido ordenado para él por Tu irrevocable decreto. Y cuando había bebido el cáliz de la reunión contigo, fue arrojado en la prisión por haber creído en Ti y en Tus signos. Él continuó sirviendo a Tu Belleza hasta que ingresó en ésta, la Más Grande Prisión. Entonces, oh mi Señor, yo lo ofrecí como sacrificio en Tu sendero. Tú bien conoces cuánto han sufrido aquellos que Te aman por esta prueba que ha hecho gemir a los deudos de la tierra, y más allá de ellos, lamentarse al Concurso de lo alto.
Te suplico, oh mi Señor, por él y por su exilio y encarcelamiento, que hagas descender sobre quienes le amaban lo que aquiete sus corazones y bendiga sus obras. Potente eres Tú para hacer Tu voluntad. No existe otro Dios sino Tú, el Todopoderoso, el Omnipotente.”
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