Cuentos

Estoy preparándome para un concurso de cuentos, así que voy a utilizar este blog como: bloc de notas.
Dejaré constancia aquí de mis varios ensayos hasta conseguir algo más o menos adecuado y parecido al tema que hemos pensado, para darle tiempo a la ilustradora de cranearse lo demás!...

Así que, y que tenía un post por ahí dándo vueltas pero que no salía, les traigo otro cuento "tipo-estilo" Salarrué... ya él y yo negociamos, de que, puesí, él no se va a ofender, porque mis cuentos ni se van a parecer a sus Cuentos de Cipotes, pero que digamos, es así como que un Homenaje a su memoria.

Dispénseme usté don Salarrué, otragüelta.

y este cuento se llama:
"Pupusa voltiate y vos café, estate en tu paila".

Puesiesque estaba una pupusa que quería y no quería estar, y mero que la tentaban y se quedaba pegada en lo que era el gran comal ardiente, quera echo del mismo barro de aquel que se encuentra en las meras tierras de Ilobasco. Mismo, ques el que usan para hacer aquellas casas bien chulas, de colores, todas diferentes, y aquellas campanas que cuandués quel viento sopla liacen: tipilín, tipilín, tipilín; y que en veces le hacen de sismógrafo porque nomás es que viene un temblor y liacen: tolón tolón tolón tolón, y repican pura campana de iglesia.
Del mismo barro que tenía untada una cipota del cantón, qués el que usan para jugar de echar tortillas, y por en veces lo usan para hacer pastelitos de chocolate, y ya más meniado, de horchata echiza.

Pues, dese mismo barro estamos hablando, porque, este, nuera desos comales que les dicen "planchas" pero que no se usan para planchar, porque lotra vez estaba una señora queriendo almidonar la camisa del señor, y anantes la quema.
Y estaba la pupusa panzarriba, con la gran timba, ques que mucho queso dice que había comido, y que ya ni le cabía que hasta se le salía por los lados, y se oía desde lejos el chirrido de aquel queso que nomás tocaba la plancha, se golvía "queso-quemado".
Bien galán habrá estado porque no necesitaba ir a la playa para echarse una su doradita, sino que ahí nomás dónde era que la niña Fide la tiraba, ahí agarraba color. Ya cuando se ponía chapuda, es que yera hora de voltiarla.

Y en lo que la pupusa se voltea, chás! quempieza a herver el café. y entre borbotones que más parecían sonrisas de aquel café de pura olla, guanaquísimo y de altura, pero no porque fuera alto, sino que porque de bien alto es que de donde lo bajaban, y que lo traiban en unos cuentos que les dicen sacos, pero que no son los mismos sacos que usan los casados en los casorios, y los abogados en lo abogatorios, sino que más menos elegantes, venían ensacados (pero bien tipos) todos los granos de café. Y diay los pasaban a unos grandes hornos que echaban lumbrera y que hacían verano dentro del cuarto, sofocando con el calorón, se golvían africanos los granos que les dicen "dioro" y nués porque de verdá sean de oro, y si es que sí fueran, ya me viera traído yo unas mis dos arrobas, para tener guardado debajo de la cama.

Y estaba el café en aquel posillo, quizá estaba parado, porque la niña Fide dijo que estaba esperando que se "asentara", pero no tenía silla.

Mientras lo soplaba, así como quien le dice un secreto a alguien de confianza, porque no se le andan diciendo secretos a los quen uno no confía, no vaya a ser que le inventen chambre; o más bien, así como cuando uno confiesa en el confesionario, mientras es la hora de la confesión, hablando quedito, y sin que nadie loiga; a pues, así, es que la niña Fide servía el café en una su tacita de china, pero que no era de China sino que del Japón, pero así le decían.
Y mientras acurrucaba la taza en una su paila quera del mismo color para que hiciera juego, le daba güelta a la pupusa, que poquito le faltaba para estar.
De a sorbitos se fué tomando el café la niña Fide, pero como estaba bien caliente, que todavía le salía humito de por endentro, mejor se lo sirvió en la pailita, mientras se le refrescaba.

Y en tanto que la niña Fide se voltea para darle la última güelta a la pupusa para ver si ya estaba, que se le volteya la paila, y que se le viene todo el café sobrel mantel, bien fino que había comprado lotravez allá en el Almacén La Estrella, y que era de croché, del mismo que había visto en una revista mientras esperaba una su llamada en el Antel.

"Dioguarde", dijo la niña Fide con voz temblorosa, porque como que le dió miedo quemarse con el café, "uno ya no se puede parar ligero para ir a ver si ya están las pupusas en el comal, que se le viene encima el café a uno", así que le dijo "vos, café, estate en tu paila", y diá chorritos lo golvió a servir.

Y así, vió que la pupusa ya estaba bien doradita, lista para sacar del comal, del que ya no se pegaba, porque ya se sentía bien bronceada, con tanto calor, y bien achicharrada, con todo el "queso-quemado" de por fuera, y dijo la niña Fide: "hoy sí, bien galana me ha quedado esta mi pupusa de queso con loroco que me voy a desayunar; más así con café, sabe más buena",
y se voltiaron a ver la pupusa y el café y se echaron una carcajada de "buenos-días", mientras le servían de desayuno a la niña Fide, que ligerito comió, porque tenía que hacer oficio.
Y siacabuche!.

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